Aún éramos jóvenes
apenas si habíamos descubierto
el mundo que había a nuestros pies
y ya queríamos recostarnos
tirarnos de espaldas en una loma
de pasto, queríamos embriagar la vista
alzarla al cielo intenso y señalar
con el índice de una mano aquello
que considerábamos nuestra propiedad.
¿Ves? Decíamos. Aquella estrellita
la azulita, la pequeña,
que titila incesante y sola
¡Esa es mi estrellita!
¡Aquellas dos! ¡Aquellas tres!
La grande y la roja y la otra también.
Cabecitas frescas,
cabecitas de estrella enamorada
éramos sin más.
No nos dábamos cuenta,
ni siquiera soñábamos
que amar es libertad.
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