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El componente trágico en las cartas de Walsh

Después de leer las cartas que Rodolfo Walsh escribió, por un lado a su hija María Victoria, pero sobre todo, la carta que escribió a sus amigos, en los meses posteriores a la trágica muerte de ésta, descubro, con asombro, que el relato deja la sensación de haber leído una historia trágica. Y es harto difícil suprimir la palabra “trágica” cuando uno hace referencia a esa muerte tal como nos la ha contado Walsh en su carta. Pero si hay algo que nos obliga a adjetivar la historia como trágica, no reside precisamente en los adjetivos que usa Walsh (que son muy pocos), sino que está en la utilización de componentes de la tragedia griega en el relato de esa muerte.

Toda tragedia necesita de una fábula para ser contada, nos dice Aristóteles en su definición sobre la materia. Entendiéndose como fábula una cierta estructuración de los hechos que imiten, no a las personas, sino las acciones que éstas cometen como consecuencia de su carácter y su pensamiento, en definitiva, de la vida que llevan (ARISTOTELES, 1449b-1451a). En ese sentido, la Carta a mis amigos de Walsh, haya sido pensado o no, cumple con la mayoría de ítems que definen la tragedia griega según Aristóteles: fábula, caracteres, elocución, pensamientos, espectáculo y melopeya. De esos 6 ítems, los más importantes, y que verdaderamente definen la tragedia, son los primeros cuatro; ya que con espectáculo Aristóteles se refiere a la puesta en escena de la obra, su escenario y escenografía; y con melopeya quiere significar lo narrado en la tragedia mediante el canto (probablemente el coro).

Para Aristóteles, la tragedia debía ser la mímesis de una acción esforzada y completa, la narración de una fábula de principio a fin, la narración de una acción valiente y heroica que debe tener un inicio, un medio y un fin. Si tomamos en cuenta la duración del tiempo de la narración, que Aristóteles fija para la tragedia en aproximadamente una revolución del sol (más no, puesto que sería impracticable que una obra de teatro dure más de un día); vemos que la definición aristotélica de tragedia se apega a la definición clásica del cuento moderno, que tiene introducción, nudo y desenlace, narra una sola historia, y debe poder leerse en, a lo sumo, un par de largas horas.

Si bien el cuento moderno ha dejado atrás la idea primigenia de estructurarse con una introducción, nudo y desenlace desde que Piglia aportó su Tesis sobre el cuento (que trata sobre los hilos narrativos) seguimos circunscribiendo nuestra definición de cuento a la idea de que debe hacer hincapié en un solo suceso, en una sola historia, al igual que lo pide la tragedia de Aristóteles: “una acción esforzada y completa”, que debe ser vista o leída de principio a fin, en una sola sesión, para no perder el efecto narrativo. Por lo tanto tenemos similitudes importantes entre la definición aristotélica de tragedia y la actual definición de cuento.

La narración de Walsh también se acerca mucho a un cuento que utiliza el género epistolar. Y podemos ver en ella cómo están construidos todos los elementos del cuento clásico y también la mayoría de los elementos de la tragedia griega.

Tenemos los núcleos narrativos que son exigidos por ambos géneros: introducción, nudo y desenlace. Pero también están las acciones que va ejecutando Vicki a lo largo de su vida. Entendemos que su renuncia al diario, su militancia en las villas, su ingreso a montoneros, sus reuniones secretas, son todas decisiones tomadas a partir de su propio carácter. Y su carácter, está fundado en su manera de pensar. Por ejemplo, tenemos el siguiente pasaje donde Walsh dice:

Mi hija estaba dispuesta a no entregarse con vida. Era una decisión madurada, razonada. Conocía, por infinidad de testimonios, el trato que dispensan los militares y marinos a quienes tienen la desgracia de caer prisioneros: el despellejamiento en vida, la mutilación de miembros, la tortura sin límite en el tiempo ni en el método, que procura al mismo tiempo la degradación moral, la delación. Sabía perfectamente que en una guerra de esas características, el pecado no era hablar, sino caer. Llevaba siempre encima la pastilla de cianuro -la misma con la que se mató nuestro amigo Paco Urondo-, con la que tantos otros han obtenido una última victoria sobre la barbarie.

Con ese párrafo Walsh nos muestra, admirablemente, cómo el carácter de Vicki (su valentía y heroísmo) no le permitirían entregarse con vida el 29 de septiembre de 1976 a las 7 AM. Ella sabía que todos los que caían prisioneros terminaban hablando, y que por esa razón el peor pecado no era hablar, sino que era, justamente, caer. A esa hora, su pensamiento ya había madurado la decisión y había inscripto su relato dentro de la tragedia.


Bibliografía:
ARISTOTELES, Poética. Madrid: Gredos, 1974.

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