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La poética del colibrí

Ilustración: Colibrí por Gabriel Fernández

Como ya publiqué muchas cosas sobre caballos, hoy les dejo una pequeña antología de poemas sobre “colibríes”. Este es otro de los animales que me obsesionan. Espero que disfruten de leer estos poemas.

 

Oda al picaflor


Al colibrí,
volante chispa de agua,
incandescente gota de fuego americano,
resumen encendido de la selva,
arco iris de precisión celeste:
al picaflor un arco,
un hilo de oro,
una fogata verde!

Oh mínimo relámpago viviente,
cuando se sostiene en el aire
tu estructura de polen,
pluma o brasa,
te pregunto,
qué cosa eres,
en dónde te originas?

Tal vez en la edad ciega del diluvio,
en el lodo de la fertilidad,
cuando la rosa se congeló en un puño de antracita
cada uno en su secreta galería,
tal vez entonces del reptil herido
rodó un fragmento,
un átomo de oro,
la última escama cósmica,
una gota del incendio terrestre
y voló suspendiendo tu hermosura,
tu iridiscente y rápido zafiro.

Duermes en una nuez,
cabes en una minúscula corola,
flecha,
designio,
escudo,
vibración de la miel, rayo del polen,
eres tan valeroso
que el halcón con su negra emplumadura no te amedrenta:
giras como luz en la luz,
aire en el aire,
y entras volando en el estuche húmedo
de una flor temblorosa
sin miedo de que su miel nupcial te decapite.

Del escarlata al oro espolvoreado,
al amarillo que arde,
a la rara esmeralda cenicienta,
al terciopelo anaranjado y negro
de tu tornasolado corselete,
hasta el dibujo que como
espina de ámbar te comienza,
pequeño ser supremo,
eres milagro,
y ardes desde California caliente
hasta el silbido del viento amargo de la Patagonia.

Semilla del sol
eres fuego emplumado,
minúscula bandera voladora,
pétalo de los pueblos que callaron,
sílaba de la sangre enterrada,
penacho del antiguo corazón sumergido.

Pablo Neruda (Chile, 1904 – 1973)

La exlamación

Quieto
        No en la rama
En el aire
        No en el aire
En el instante
        El colibrí

Octavio Paz (México, 1914-1998)

 

Colibrí

Vamos a suponer que digo verano
escribo la palabra “colibrí”,
la meto en un sobre
y la llevo colina abajo
hasta el buzón. Cuando abras
la carta te acordarás
de aquellos días y lo mucho,
lo muchísimo que te quiero.

Raymond Carver (EEUU, 1938-1988)

El cerebro es un colibrí cuántico

El cerebro es un colibrí.

El cerebro es un receptor cuántico.

El cerebro es un pez de aguas profundas, forzado a vivir en la llanura, deseoso de volar.

El cerebro es un pájaro que quiere amor, amor compartido y cuando ya no sabe cómo alimentar su deseo, con el pico desgarra su propia carne nacarada y se la da de comer a las crías hambrientas de su imaginación.

El cerebro late como un corazón cuántico.

Todo comienza cuando el cerebro sale, por primera vez, como la viajera de un solo viaje.

Todos los viajes el viaje.

El cerebro festeja bajo la curva de un paréntesis y mira el interior del mundo.

Espía por la cerradura.

Encuentra insectos luminosos.

Encuentra un mundo adentro de otro mundo.

Lo que siente lo deja estremecido.

Si al cerrar los ojos no viera ese placer, se aterraría.

Con los pies en el suelo, señala más allá.

Señala el trópico.

Señala el iris blanco.

El cerebro toma el timón y queda el mundo boca arriba.

Naufraga Newton en su arca de Noé por los mares de la luna.

El corazón del átomo y el ensueño de las partículas son invisibles a los ojos.

El comportamiento.

En el mundo de los átomos y de la poesía siempre existe una incertidumbre que no puede ser superada.

El cerebro se pone la mano en el corazón.

Siente que está en celo.

El perfume del aire es cada vez más urgente.

Los humanos del mundo fornican como perros.

Hay un vaivén de juncos, de barcos, de cometas.

El cerebro entra y sale del mundo como un visitador indeciso.

Los fornicadores, como visitadores indecisos, indecisos, fuertemente indecisos, cada vez más indecisos, hasta que entran por fin, definitivamente, y se quedan allí dentro, fláccidos, rendidos.

Es una enfermedad del cerebro.

Los visitadores usan como termómetros los dedos.

El mundo es un asno que se alimenta de gramilla celeste.

El cerebro mete el dedo, sin dolor, en el ojo ulterior del universo.

Revuelve el cosmos.

La luna le acerca el pezón.

El cerebro es una cría que mama con devoción sin dejar de revolver el orificio del celeste.

El cosmos se pone en cuatro patas.

La luna no tiene miedo.

Al mundo no le importa nada.

El asno corcovea.

La luna sentada sobre el arpón del cerebro parece una estrella.

Newton saca la caña de pescar. Newton tiene miedo.

El cerebro es un semental.

La luna da a luz pequeños niños errantes que llevan en cada mano una flor, un durazno estelar, un verbo nuevo.

El cerebro es un pescador cuántico.

Mallarmé lanza los dados.

La bomba atómica nunca abolirá el azar.

Entra el cerebro como odalisca en el harem del tiempo.

La más mínima partícula del universo comprende que sería una torpeza no romper el velo y dejar que se derrame el polvo desnudo de la estrella desnuda.

El cerebro es un trapecista apto para saltar desde un átomo hasta el espejismo; desde una molécula hasta la esperanza.

El cerebro está harto del cliché de la dopamina.

Para los fotones es un hecho comprobado que los seres no están firmemente ligados a la realidad, como a otras sustancias.

Los fotones necesitan de una poética cuántica.

El cerebro caracol desata el pensamiento, pica con su aguijón, magnifica el desorden.

El caracol cuántico se excita ante todas las excepciones de la imaginación: le hace cuco a la metralleta lógica del uno más uno, dos más dos, y la metralleta lógica, muerta de miedo, dispara a mansalva, mata las mariposas, mata los caracoles, mata los poetas, para que no prospere el signo de interrogación.

El cerebro caracol es sensible a los estragos y a los besos.

El cerebro caracol se hace fuerte con los estragos y con los besos.

La metralleta lógica fumiga la gramilla celeste para que crezca la soja de la razón. Pa, pa, pa, pa, salen los proyectiles mata—gramilla—celeste.

Y el cerebro, que es un saltimbanqui cuántico, al ritmo de las balas inventa la danza del colibrí.

Mallarmé bate palmas.

Newton asa sus sardinas.

Noé reza.

La poesía canta.

Miriam Cairo

 

Poesía

Para muestra basta un colibrí.

Carmen Villoro (México, 1958)

 

El colibrí


Sobre la flor de los naranjos crece,
Y en ronda queda o revolando aprisa,
en el dorado estambre se divisa
el colibrí, que tiembla y resplandece.

Con zumbo suave en derredor se mece
simulando el suspiro de la brisa;
en la llama del cámbulo se irisa
y en la verdura del nopal florece.

El sol, la miel, el voluptuoso anhelo
prestan vigor a sus volubles alas;
es un tributo de la tierra al cielo.

Tal el poeta en su girar de abeja:
en frágil haz de refulgentes galas
toda la luz de la creación refleja.

Víctor M. Londoño (Colombia, 1870-1936)

Colibrí


El colibrí hace de la gota de rocío
su océano permanente.

Jorge Oredáin

 

Oye colibrí


Oye colibrí tú que sabes cabalgar al viento, anda y pídele que me cuente un cuento. Que me diga sus secretos y me cante las canciones que le ha enseñado el mar, que me muestre el lenguaje de la lluvia y me diga cómo llamar a la luna cuando en el cielo sólo haya oscuridad.

Oye colibrí, tú que te mueves con el sol, por favor dile que no se olvide de mirar a los que no poseemos alas, que no se olvide de besar a quienes soñamos con poder irle a visitar.

Oye colibrí, tú que conoces todas las flores dime si acaso es cierto que las lilas y las rosas son en realidad princesas caprichosas.

Oye colibrí, tú que dominas las nubes dales las gracias por los días de lluvia que reviven mi jardín y despiertan a los caracoles que me hacen sonreír.

Oye colibrí, tú que eres amigo de los canarios y las palomas diles que son bienvenidos a descansar entre mis lavandas y el romero, o a dormir en mi dulce limonero.

Oye colibrí, nunca dejes de venir, por favor siempre pósate en mi ventana y cuéntame qué se siente tener alas.

Oye colibrí, sígueme cantando esos arrullos que sólo tú sabes entonar, háblame de la luna, del mar, de las nubes y más.

Elizabeth Segoviano (México, )

Colibrí 50

a Edmundo Valadés

1


No transcurre el tiempo
cuando la soledad del hombre está desierta
los actos cotidianos nos sitian
estrellas como estatuas apagadas
velan nuestro silencio

Acaso el roce de la música
suscita un movimiento un gesto
un pequeño deseo

2


El aire quema en ocasiones
nos sofoca su aliento bestial en los oídos
y entramos en el sueño
campanada luces
mar sin escalas
pescado de colores que se tragó pequeños peces
por hambriento
por sediento

y luego las horas vacías
las sin alcohol
                                                         sin amor
                                                         sin música
                                                        (¿dónde estás
                                                        colibrí fatigado
                                                        que te has quedado mudo?
                                                        habrá que comprar otro
                                                        y otro y otro)

Los cigarros se alargan se acortan
terminados
                                                         interminables

3


Otra vez somos buenos
y sensatos
y amorosos
El hechizo se ha roto
Empieza el movimiento

Thelma Nava (México, 1932-2019)

Extracto de Aus meinen Leben, de Maximiliano de Habsburgo-Lorena

“Yo caminaba al frente del grupo, entre dos muros de espeso follaje. De pronto, alguna cosa cruzó frente a mí, rápida y casi inmaterial como un pensamiento. Mis sentidos estaban alertas y no se me escapaba ni un movimiento ni un ruido. Otra vez pasó aquello como un relámpago, y lo vi subir y bajar en el aire. Al fin se concentró en una liana, cerca de mí.
Eran una vibración y un zumbido constantes, como una idea montada en la mera palpitación de las alas y flotante en el espacio. Llamé a mis compañeros y rodeamos aquella maravilla. Aumentaba el encanto de la aparición el hecho de que este diminuto ser es inasible; ni podemos reproducir sus movimientos, ni guardarlo en cautividad. Semejante a una imagen soñada, aparece cuando menos se le espera, y huye cuando más nos atrae”.

Maximiliano de Habsburgo-Lorena (México, 1832-1867)

 

Ver un colibrí

A Alfredo Zitarrosa
y a Carlos Pellicer


Ver un colibrí es tener una visión:
Pájaro en dos alas temporales,
llega del futuro a volar sobre el es y el será.

Tiene largo el pico para caber siempre en una flor.
Hace su actuar en un dos por tres
que nada tiene que ver con la prisa.

Su cuerpo es del tamaño de un pajarito.
Su interioridad es visible en el aire.
Su canto se escucha con los ojos abiertos.

Lo mismo que el salmón y la ballena,
el colibrí es un milabgro vivo.

El día se puede dividir en antes y después del colibrí.

Ver un colibrí es ver una aparición.
No se puede tocar con las manos.
Algo se trae con el misterio.

Da todo lo que tiene y es en un momento,
llevándose al partir su propio sabor en el pico.
Y al volar a otro espacio que uno desconoce,
el asombro parece aguardar otra sorpresa:
la lluvia, el arco-iris sobre el patio, o algo semejante.

Pero él se va y no vuelve cuando lo esperan.
Siendo una presencia absoluta,
el colibrí está por verse siempre.

Cuando se va dejo algo de sí permaneciendo.
Y deja el recuerdo de haber visto el mediodía
encarnado en dos alas, un pico y unos colores rápidos
                                  parados en la punta del aire.

Un día vi muerto un colibrí.
Y vi la muerte errodillada en sus dos ojos sorprendidos
y no lo pude creer muerto.

Sigo sin creerlo:
Este amanecer me pareció verlo entrar por la ventana.

Raúl Bañuelos (México, 1954)

Flecha de Zenón


Vuela en el huerto:
el colibrí se asoma,
mira desde sus irisadas hélices.
El colibrí
como un sismo ulterior de invernaderos.
Concentración del pico en lo que busca.
Concentración en el sueño misterioso.
Un abismarse en los círculos concéntricos
del precipicio en que asomamosy más allá.

Cazador fascinado por la magia
que se desploma tras de los espejos.

¿Qué busca en la corola del poema?
¿Invocar siniestramente la belleza
como se invocan dioses o demonios:
esculpir, hacer música,
deslizar el pincel de sus colores,
recrear con imágenes la vida?
¿O volar por el sueño
siempre tras algo,
sin evadirse nunca?

Ernesto Flores

 

Colibrí


Es un grato escándalo/ el aletear que avisa/ desde la escucha/ al llegar/ improvisando/ porque es improvisación/ sin serlo/ su rotunda presencia/ en instantes/ donde lo prodigioso/ es verlo/ en el aire/ de la sorpresa/ diamantado de color/ y volviéndonos/ dicha en lo repentino/ cuando toma posición/ frente a nuestra mirada/ sosteniendo el alma/ de quien regresa/ en su visita/ desde lo originario/ y más allá.

Nora Bruccoleri (Mendoza)

Sobre la rama


Sobre la rama
un colibrí

                          impasible. Meditador.
y la rama se estremece buscando el equilibrio.

Francisco Javier Pérez Romo

 

Ávido de galerías


Ávido de galerías
ocultas en el aire
siempre hacia otra
intocada flor, el colibrí
en viaje nervioso
y nectarina sed.
Su pequeñay emplumada alma
resume lo azul
del agitado mar
y la luz cambiante
del irisado cielo.

Raúl Aceves

Colibríes

Creí que me hablaba exagerando un poco
cuando decía que cada uno de sus colibríes -tenía cinco-
tenía un nombre distinto y que volaban
libremente por su jardín, donde tenían
bebederos distintos -“Si no, pelean mucho.”

Pero era así, así mismo:
los vi una vez, cuando la casa, sola
invitaba a ser visitada por el fondo abierto.

Allí entraban volando como unos diminutos
mensajeros alados
con urgentes avisos y advertencias.
Ningún nombre les queda del todo bien. Palabras
inútiles. Asombro
del velocísimo moverse de las alas:
el no poder mirarlas
al acercarse con sus corazoncitos
latiendo rapidísimamente
cerca, muy cerca,

y disparar de pronto, altísimo,
inalcanzables.
Seres de nuestro mundo pero también de otro
sólo de ellos.

Circe Maia (Uruguay, 1932)

 


Raymond Carver. “Colibrí” en Todos nosotros. Bartleby Editores, 2006. Traducción y prólogo de Jaime Priede
Aceves, Raúl. “Avido de galerías” en Santo animalero. Poemas en torno a los animales. México: Universidad de Guadalajara, 2018.
Bañuelos, Raúl. “Ver un colibrí” en Casa de sí. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1993.
Cairo, Miriam. “El cerebro es un colibrí cuántico” en Página 12, 13 de febrero de 2016. Disponible en https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-53255-2016-02-13.html [Último acceso: 25/02/2021].
Flores, Ernesto. “Colibrí” en Santo animalero. Poemas en torno a los animales. México: Universidad de Guadalajara, 2018.
Maia, Circe. “Colibríes” en Breve sol. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 2001.
Nava, Thelma. “Colibrí 50” en Colibrí 50.
Neruda, Pablo. “Oda al colibrí” en Nueve odas elementales.
Oredáin, Jorge. “Colibrí” en Santo animalero. Poemas en torno a los animales. México: Universidad de Guadalajara, 2018.
Pérez Romo, Francisco Javier. “Sobre la rama” en Santo animalero. Poemas en torno a los animales. México: Universidad de Guadalajara, 2018.
Villoro, Carmen. “Poesía” en Santo animalero. Poemas en torno a los animales. México: Universidad de Guadalajara, 2018.
von Österreich, Ferdinand Maximilian. Aus meinem Leben. Reiseskizzen, Aphorismen, Gedichte. Band 6: Reiseskizzen. Teil 11. 2. Auflage. Duncker und Humblot, Leipzig 1867.

 

Un comentario

  1. Reinaldo Bustillo Cuevas Reinaldo Bustillo Cuevas 13 de julio de 2022

    EL COLIBRÍ
    Fragmento de la luz, vivificado
    en el instante exacto del aroma;
    que entre los rojos pétalos se asoma,
    para quedar en ave transformado.

    Es milagro del viento represado,
    que en esquirlas de tiempo, en el abroma,
    sólo el néctar dulcísimo se toma,
    y a los dioses les deja lo sobrado.

    En sábanas de pétalos de seda,
    ondea como en ancho mar la espuma,
    bajo el beso sutil de brisa leda,

    la gravidez del cuerpo no lo abruma,
    pues suspendido en éxtasis se queda
    flotando sobre el sueño de la pluma.

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